
Eran verdaderas
“Iglesias Nacionales”. Con la conversión del Emperador Constantino al cristianismo –o al menos con su aceptación por parte del monarca- la Iglesia de Roma perseguida hasta ese momento, pasó a ser la gran beneficiada .Con el Edicto de Justiniano el Obispo de Roma adquirió las mismas facultades y honores que el Emperador: Sumo Pontífice, Obispo Universal, Vicario de Cristo, etc. La reacción de las Iglesias de Oriente no se hizo esperar; comenzó el justo reclamo de autonomía tal y como habían vivido desde los mismísimos tiempos apostólicos hasta que, en 952 d.C. sobreviene el Gran Cisma que separó –hasta hoy- a la Iglesia Católica y Apostólica, en Romana y Oriental: la una seguidora del papa de Roma, la otra fiel a su fundación apostólica.
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